Compañeros de trabajo que no tienen filtro


Os voy a contar una de esas historias que le ha pasado a la amiga de una amiga, ya me entendéis, como cuando tu madre te pillaba con tabaco con 15 años y decías que era de una amiga que se lo estabas guardando. Claro, y tu madre es monguer. #NO

Esta amiga tenía su cena de empresa, esas celebraciones donde todo el mundo bebe por encima de sus posibilidades y donde se comenten las infidelidades más sonadas. Hacía frío, mucho, trapicheaban con las copas como si fueran anfetaminas, allí nadie estaba de secano, todo el mundo con la copa haciendo copete. Cada minuto que pasa todo comienza a ser más confuso, tanto que al día siguiente nadie entiende cómo ha llegado hasta su casa sin perder la vida. 

JA-JA, JI-JI, JO-JO. Ya estamos en el lío, hay más romances en esta cena que en Melrose Place. Que si uno se da la mano con la de recepción, que si la de la unidad de eventos casada se está pegando el lote con el de comercial, que si me he morreado con seis, lo normal en estas cenas. Un putiferio, vamos. Con este marco, este escenario nada idílico bañado por ingentes cantidades de garrafón, la chica en cuestión sale del garito bastante tarde y se encuentra con uno de sus compañeros (hombre discreto en el día a día) en un banco tirado, en plan homeless, sin saber dónde estaba, ni en qué zona vivía. ¿Qué se le ocurre a la venao de la muchacha? Como no contesta a sus preguntas, sintiéndose fatal por tener que dejarle allí moribundo, decide que es una buena idea llevarlo a casa, a la suya, para que no se quede tirado en la calle con una brecha en la frente, que esto no lo había comentado. Sí, lo sabemos, es una mala idea, todas se lo hemos dicho. 

Al día siguiente toca volver a la vida real, la de la resaca y el ibuprofeno en vena. Se levanta y piensa: ¡¡¡Coño, hay un tío en mi casa!!! Salta de la cama, corre, va al salón, lugar donde aparcó a su "inesperado invitado" y ve que sigue vivo. ¡Y tan vivo, leches! El panorama era dantesco. La música del móvil retumbando reggaeton como si fuera un crucero a República Dominicana -¡Holaaa bebéeee! Voy hacer travesuras, esto es una locura y no me puedo contener-. ¡¡Coño, Romeo Santos en el salón!!


Él bailando como si fuera Ricky Martin en la final de la Copa del Mundo, aunque con una diferencia: estaba desnudo. DESNUDO. Sí, como Dios lo creó, en pizarrín, como su madre lo parió.  ¡Vuestro compañero ahí, en pelotas! Con todo al aire mientras to-do (todo, es todo) se movía al son de las notas de Nicky Jam (¿No sabéis quien es? Nosotras hasta este episodio tampoco).

La cosa acabó echando de su casa al bailongo invitado y él, como venganza o lo que fuera, hizo algo digno de alguien que no tiene a nadie en la nave de control. Tras buscar más que Marco a su madre llegó a la conclusión de que sencillamente no estaban, el tronao baila-reggaeton-pelotas al viento se había llevado sus llaves. estaba incomunicada en casa. Un drama del que ahora nos reímos, pero ese día... ¡¡¡¡Olía a muerte lenta y tiras de piel quemadas en la hoguera!!!! El lunes recuperó las llaves, pero él no recuperará nunca la imagen que teníamos antes de la escena de "Hola bebé". Ha jurado no volver a ayudar al prójimo, nunca. 

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